Querido Dios, diez años he tardado en volver a encontrarlo. Cuando se marchó creí que nunca volvería a verle. A veces me preguntaba por qué le dejé partir, por qué no fui sincera con él y le dije que en su ausencia mi vida perdería su sentido. Fueron tantas las noches que en mi lecho añoré su presencia, tantos días soñando un reencuentro que nunca se hizo realidad. Pero querido Dios, hoy me lo has devuelto. Todavía no sé cómo nos volvimos a encontrar. Sus ojos no parecían aquellos a los que dije adiós, ya no estaban cansados. Además, todavía tenía fuerzas para sonreír. Nunca faltó su sonrisa, ni siquiera momentos antes de su marcha. Son tantos los recuerdos que ante su presencia han venido a mi mente. Las primeras caricias y aquellos besos torpes que sin decir nada, lo decían todo. Las horas, minutos, segundos en las que invertíamos nuestras palabras, palabras que trataban de descifrar lo que todo el mundo desea saber incluso cuando eres consciente de que no existen respuestas a las preguntas. También recordé los silencios, aquellos momentos mágicos en que el tú y el yo se funden trasformándose en una sola realidad, el nosotros. Pero hoy he vuelto a encontrar aquella mirada y al hacerlo me he vuelto a encontrar a mí misma. Hoy al verle recordé que todo puede suceder, que nunca está todo perdido, que la vida siempre alberga la esperanza. Recordé que queda mucho por hacer, que el mundo necesita de todos y cada uno de nosotros y que nuestra lejanía no permite que hagamos lo que vinimos a hacer. Hoy me encontraba en casa, sola y recostada en el sofá esperando como tantas veces que el día llegara a su fin. Pero has vuelto a mi lado, me acariciaste el pelo y tus palabras dulces me hicieron llorar una vez más. “Querida amiga, cada mañana esconde su secreto. Cada nuevo día abre ante nuestros ojos múltiples senderos. Pero es preciso estar alerta, no te dejes abatir por las dificultades. No dejes que tus miedos te paralicen. Presta atención a tu voz interior pero no a tus fantasmas. No permitas que ambas voces se confundan. Eres una gran persona, el mundo requiere tu intervención, está esperando que hagas algo, algo demasiado grande, el mundo espera que seas feliz”. Besó mi mejilla, me miró una vez más y partió de mi lado. Ahora sé que nunca volverá, ahora entiendo que siempre estará a mi lado. Y doy gracias a Dios por habérmelo devuelto después de tantos años. Mañana volveré a vivir, el calor del sol será mi calor, el viento me acariciará suavemente, la noche será mi descanso. Mañana cuando amanezca, seré feliz. Publicado en: Ramos, N. (2008). SOS... Maestros del Corazón. Editorial Pirámide